Una fuerza social de la gastronomía en el Perú
La fábula de la Cucarachita
Martina, fue una de sus primeras motivaciones para entrar a la cocina, sólo
contaba con 9 años cuando realizó su primer queque, guiada por las manos de su
abuela. En la chacra familiar, hizo sus primeros pininos de cocina: una sopita
de arvejas y un chupe de garbanzos, se sintió triunfadora. Su madre tenía un
negocio y recuerda siempre haber visto como plato estrella la “Patita de
chancho”. Así empieza la historia de Martha Anchante.
Los recuerdos de su infancia, la
llevan a Chincha Alta donde pasó los primeros años de su vida, recuerda con
mucho cariño a un amiguito que siempre estaba con ella y juntos se escapaban a
sacar maíz, naranjas u otras cosas que
las chacras les brindaba.
Pasaron muchos años y la
necesidad la hizo introducirse seriamente en la cocina, vivió durante 15 años
en una casita de esteras, se casó y por cosas del destino su esposo enfermó y
ella quedó al frente de su hogar, tenía que ingeniárselas para cuidarlo,
atender a sus hijos, su casa y encima llevar el sustento.
Cual fábula de la Cucarachita
Martina aprendida de niña, empezó a
trabajar vendiendo comida a los choferes de micros. La tarea era ardua, pero sus ganas de prosperar eran
mayores. Se levantaba a las 3 de la mañana para cocinar y ya a las 7 estaba
vendiendo sus potajes, no contenta con eso; terminando su venta se ponía a
trabajar como controladora de micros.
Y así fueron pasando año tras
año, sin darse cuenta fueron once.
Hasta que un día la invitaron a
trabajar en un comedor popular, no pasó mucho tiempo para que sus compañeras se dieran cuenta, de la pasta de líder que tenía; y la nombraran presidenta, es ahí donde aprendió a cocinar en grandes
cantidades, nunca dejó de disfrutar lo que hacía, siempre compartiendo.
Menciona: “Trabajar en el comedor popular
es una lucha constante, allí uno aprende a compartir, a vivir, a madurar;
porque lo que una comparte con otras
gestoras hace que nos volvamos muy
unidas y llegamos a querernos como una
familia”.
Sus ansias de superación no eran
suficientes y empezó a elaborar menús desde su casa, llegando a tener pedidos
para más de 150 personas ¡Inclusive le mandaban a preparar de la capital!
Nos cuenta: “ Cuando uno cocina, lo hace con
mucho cariño, porque cuando uno cocina siente en el corazón el hecho de hacerlo
con amor”.
Trabajando en el comedor popular,
la invitaron a participar en un concurso de recetas, ganó el premio y recibió
una olla.
Hoy en día tiene una pequeña
empresa de responsabilidad social, donde trabaja toda su familia; su esposo es su mano derecha y su gran apoyo. Con el soporte de PAN SOY –quien ayudó a
formar su micro empresa- se especializa en queques, tortas, muffins, bocaditos,
pan, comida por encargo, etc.
Ella quiere seguir creciendo y
ser una próspera emprendedora, seguro que lo logrará. Sin quererlo ya lleva 42
años cocinando.
Comparte sus ganancias con los
niños del colegio de su barrio, repartiendo 100 raciones gratuitas diarias a
ellos y a su comunidad.
Tiene tres hijos, se entristece
al recordar que un año, sus hijos tuvieron que dejar de estudiar por falta de
recursos; sin embargo, hoy se siente orgullosa de contarnos que dos de sus
hijos, ya están estudiando en la universidad.
“Nada es fácil en la vida, hay
que luchar por más tropiezos que tenga, uno tiene que levantarse”
El sueño de muchas mujeres, es
salir adelante y mejor si sale representando a su región.
Este año Martha, será una de las
diez cocineras representantes de lo mejor de la gastronomía local, en el
espacio de Cocinas Regionales de la Feria Mistura.
Ella piensa compartir todos los
secretos, pues nadie es indispensable y así lo hace.
Uno de sus platos predilectos es
la Carapulcra Chinchana, plato tradicional preparado en bautizos, bodas y
cualquier festividad tradicional.
La Carapulcra Chinchana, tiene
sus secretos, no se trata de prepararla y ya.
Primero preparemos un buen fogón
a leña, fundamental para darle ese aroma ahumado de nuestra cocina.
Hay que poner un poco de aceite y
una buena cantidad de cebolla, ajo, comino molido, achiote, ají panca y maní molido,
todo en una olla de barro a cocinar, yo cuando preparo grandes cantidades, dejo
mi aderezo “quemar” (dorar) bien por tres horas, este es uno de los grandes
secretos, debemos de dejarlo zambito, que se vea como el cabello ensortijado de
un negrito
Si se va secando mucho el aderezo, no le
incorporen más aceite como hacen otros, sino quedará muy grasoso, hay que irle
incorporando caldo de pollo o cerdo, según la carne que le quieran agregar que
pueden ser las dos. Yo a veces lo hago con pavita, queda muy rico también.
Otro de mis secretos es
incorporarle un poco de maní desde el principio, ahora todos lo echan sólo al
final. Espero que cocine todo bien ¿Y
cómo sé cuando ya está? Pues espero que le salgan burbujitas al aderezo.
Luego incorporo la papa cocida y
cortada en cuadritos, yo uso la “Yungay”, le incorporan la carne cocida
previamente en el caldo, en trozos, un poco del caldo de la cocción, más maní
molido y rectifico el sabor.
Ahora, espero que hierva,
moviendo constantemente; la cocina es un espacio de afecto y no puedes hacer
las cosas a la loca, sino no te saldrá bien. Acá nadie nos manda ni nos dice
que tenemos que hacer, nosotros somos nuestras propias jefas.
Espero que le salga “la nata” que sale en la superficie, eso me indica que
ya está. Otro secretito importante, es que cuando se cocina, no podemos pasarla
a otra olla para volverla a calentar, porque si no se avinagra. La Carapulcra
es bien celosa.
La ilusión de Martha, es que
otras gestoras de comedores se capaciten y salgan adelante con la fuerza de
saber que de la gastronomía podemos trabajar y ser grandes empresarias.
“Uno con la cocina, no se muere
de hambre”
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